Llegué a este mundo
profesional un 1º de octubre, bajo el signo de Libra, no en vano es uno de los
atributos que luce la Diosa Themis en su mano izquierda. Aún está vivo en mi
memoria el revolotear de aquellas mariposas en mi estomago, las que hace
treinta años me acompañaron hasta la Audiencia Provincial a jurar el cargo. A
decir verdad fueron múltiples las sensaciones que se dieron cita en mi
interior: pánico, orgullo, alegría, salpimentado todo ello con una ignorancia
enorme pero con una ilusión que rezumaba
por todo mi ser. Había conseguido llegar a donde siempre quise ir. Desde muy
temprana edad quise ser abogada. El primer obstáculo lo encontré en mi padre
que siempre pensó que ésta no era una carrera para mujeres, porque el ejercicio
profesional –decía- implica una gran dedicación y “tu te casarás, tendrás hijos
y no podrás dedicarte a la profesión”. Una vez superado dicho obstáculo me
encontré con el segundo, el de los clientes, que veían a una chica con cara de
niña que no les inspiraba confianza alguna. Ese quizás es el más difícil de
superar, pero estudio y trabajo ayudaron mucho y por supuesto un maestro, -mi
padre- que me exigió muchas veces hasta la extenuación y al que yo no le he
agradecido aún suficientemente que
actuara así conmigo porque sólo con disciplina férrea se curte una persona y se
pueden conseguir las metas que uno se propone.
Años después cuando ya había
completado mi formación jurídica y me encontré preparada decidí emprender un
camino en solitario, fuera del paraguas familiar. Creo que en parte deseé
comprobar si era capaz de sobrevivir en este mundo jurídico, cada día más
poblado, donde la competencia es enorme y fue entonces cuando aposté por
dedicarme en exclusiva a una rama del Derecho que hasta ese momento apenas era tenida
en cuenta por los grandes civilistas: El Derecho de Familia. Vi muy claro que
la familia era la base de la sociedad y sobretodo comprobé que todas las
materias del derecho estaban interconectadas con el Derecho de Familia. Hubo en
estos años quien alguna vez me preguntó si podía comer llevando sólo pleitos de
familia. A la vista está mi lozanía.
Siempre he dicho que soy una
privilegiada porque hago lo que me gusta, porque disfruto a diario con mi
trabajo, que se ha convertido en una de esas tres patas que me sustentan, las
otras dos son mi familia y mis amigos. La Diosa Themis, la “del buen consejo”,
siempre me ha guiado en mi andadura y me siento satisfecha de estos treinta
años de dedicación a la profesión que un día escogí, para mí la más bonita del
mundo, aquella en la que participas activamente para que se imparta justicia,
que como definió Ulpiano es dar a cada uno lo suyo. A esto me dedicaré unos
años más, no sé aún cuantos, porque es verdad que hay otras cosas que me
apasionan. Gracias a mi maestro que tanto me enseñó, a mi madre que siempre
me ha apoyado, a mis clientes que me entregaron su confianza, a esas dos mujeres
que trabajan a diario junto a mi desde hace ya muchos años, codo con codo, Marina Sáez y Carmen Lozano, a
mi hermano Javier, de quien siempre procuro su sabio consejo y sobretodo a mis
hijos, a los que les he dedicado menos tiempo del que merecían porque en parte compartí
ese tiempo con esta apasionante profesión.
Casi lloro Begoña. Casi todo lo que cuentas lo he vivido cerca de tí y puedo certificar los sacrificios que has tenido que hacer y los problemas que has tenido que superar para llegar adonde estás que es lo más alto de tu carrera en la que eres admirada y respetada. Y yo aquí, diciéndote lo que me gusta verte ahí.
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