Un día os dije que en mi vida ha habido mujeres que
han sido importantes para mi y de las que un día escribiría, por las cosas que
he ido aprendiendo de ellas. Hoy, aprovechando su onomástica he decidido
hablaros de Lola Ródenas.
Ya no recuerdo cuántos, pero han pasado muchos años
desde aquella ocasión en que nos vimos por primera vez Lola y yo. Ella siempre
cuenta lo mal que le caí cuando me conoció y
siempre consigue que me ria cuando lo dice.
Cuántas cosas hemos vivido juntas en este tiempo y
cuánto he aprendido de ella viéndola superar momentos difíciles que
compartimos.
Lola es por antonomasia esa mujer que todas
quisiéramos ser. Esa mujer inteligente,
luchadora, fuerte, incansable, alegre, divertida, ocurrente. Es aquella mujer capaz de hornear pan, escribir en dos blog, jugar al golf o visitar a los enfermos de cáncer, nadar en aguas brasileñas o coger cerezas en la Vall de Gallinera. Esa madre que
aglutina a sus hijos, a sus sobrinos, a los amigos de sus hijos y de sus
sobrinos, a sus amigas del colegio o a los amigos que ha conocido en otras
etapas de su vida. Da igual que edades
tengan porque Lola es esa mujer que tiene todas las edades.
De ella resaltaría su hospitalidad, porque su corazón
es como una casa de huéspedes, donde todos tenemos cabida. Su casa es acogedora e invita a la tertulia y
su recibimiento es un abrazo sincero. Pero quiero resaltar también su sentido
común que tanto bálsamo da a quien lo necesita.
Yo creo Lola, que las cosas nunca ocurren por
casualidad y la vida, siempre generosa conmigo, te puso en mi camino para que
nos conociéramos y para que me enseñaras que nunca hay que tirar la toalla. Que
cada persona a la que queremos tiene unas virtudes que merecen ser
ensalzadas. Que a los hijos se les
quiere incondicionalmente, hagan lo que hagan y sean como sean, porque son
parte de nosotros, nuestra prolongación. Gracias por mostrarme tu sabiduría y
por quererme, porque me lo has demostrado muchas veces. Yo también te quiero,
ya lo sabes.